“Las generaciones jóvenes enfrentan retos que nosotros no conocimos: dificultades para manejar las emociones, incapacidad para interpretar su realidad inmediata, sensibilidades exacerbadas, dependencia excesiva de los padres en lo económico, y también en lo social y en el desarrollo de la personalidad”. Afirma Luis Miguel Rionda en su artículo semanal “Antropología en Vilo” (Milenio), referida a las crecientes desadaptaciones y neurodivergencias entre los estudiantes del siglo XXI.
Y contextualiza: “Es bien sabido que la antropología requiere para consolidar la formación de sus jóvenes estudiantes la realización de prácticas en el terreno, que llamamos “trabajo de campo”.
Es un ejercicio intensivo de convivencia con alguna realidad comunitaria ajena al estudioso; requiere dedicar tiempo (semanas, meses) y esfuerzo a la comprensión de lo diferente, de lo ajeno, es decir del “otro”. “Usualmente el trabajo de campo requiere de capacidades de adaptación, empatía social, facilidad de comunicación, curiosidad científica… Como aspirante a antropólogo, uno debe aproximarse a un entorno con carencias a las que no estamos acostumbrados: no hay servicios, no hay privacidad, no hay higiene, etcétera. Y hay que aprender a adaptarse y experimentar la vivencia de la otredad. El Shock cultural va incluido. Pero son situaciones que siempre habíamos podido afrontar con mayor o menor éxito, sin que fuera un obstáculo insalvable. De unos años para acá la situación ha cambiado (incluso por la inseguridad)”.
Vivimos otra época. El pensamiento ordenado y crítico, la expresión verbal y escrita son retos difíciles para buena parte de las nuevas generaciones. Y hay estudios sobre problemas de salud mental -depresión, suicidios- en niños, adolescentes y jóvenes con incrementos alarmantes. Exigen derechos y cosas (celulares, tenis de marca), sin mención de las obligaciones. Privados de tiempo de padres, de responsabilidades, de sueño adecuado, de movimientos al aire libre. Muchos padres de ahora también se distraen en su celular, permisivos, desconectados emocionalmente, sin conversar con calidad ni tiempo suficiente.
El desarrollo de la personalidad individual y social contiene exigencias permanentes y otras cambiantes. La educación es la actualización de capacidades o posibilidades de perfección de cada ser humano. Es pertinente establecer límites, ofrecer proyectos de vida equilibrados; priorizar lo que necesitan, más que lo que quieren; asignar responsabilidades; acompañar en actividades al aire libre, cenar sin celular; jugar en familia, tareas domésticas adecuadas; horarios de sueño suficiente. Evitar el celular para el aburrimiento. Enseñar a reconocer y a gestionar sus propias frustraciones; a compartir; a reconocer el error.
Cada día, adultos y jóvenes, leen menos libros. Las mayorías sobreviven a punta de imágenes y videos cortos, mientras pocos educan a sus hijos sin pantallas, en escuelas donde la lectura profunda importa. (“Desigualdad cognitiva”, Carlos Tercero). Y no es por flojera, es por un diseño estructural de las plataformas, una economía digital más agresiva. Cada notificación, clip o scroll, nos entrena a no concentrarnos, a no leer, a no pensar.
El resultado: generaciones incapaces de pensamiento crítico y de expresión verbal o escrita; sin empatía social ni interés en la política. “Es una nueva forma de desigualdad cognitiva que empuja a la distracción adictiva”. “Algunos se blindan con libros, límites digitales o niñeras sin teléfono, generándose dos clases sociales separadas por algo más grave que el dinero, la capacidad de pensar. La democracia también sufre las consecuencias. Un electorado con atención fragmentada y pensamiento superficial es presa de demagogos y de políticos que gobiernan con memes. Así ya no se necesitan argumentos. Y cuando los ciudadanos no pueden cuestionar, los oligarcas gobiernan sin oposición real”.
Gestionemos desde casa, escuela, empresa, compromisos y políticas de normas claras sobre uso de teléfonos y dispositivos; libros y espacios de lectura; disciplina de entornos sin interrupción de redes sociales ni celulares; alfabetización digital que enseñen a gestionar notificaciones, flujos de contenido y tiempos de pantalla. Nuestro entorno tendrá la realidad y calidad que entre todos queramos darle.