¿Quién sí… y quién no? La política de seleccionar bien
Reclutar liderazgos es, quizá, una de las decisiones más delicadas dentro de cualquier partido político. No se trata solo de sumar nombres, sino de elegir con inteligencia. Porque en política, las sumas mal calculadas también restan.
Todos los partidos lo hacen. Buscan nuevos cuadros, incorporan liderazgos, abren la puerta a quienes alguna vez militaron en otro color. Es parte natural del juego político. Pero lo que define el rumbo no es cuántos entran, sino quiénes entran… y a costa de qué.
El verdadero desafío no está en ampliar el padrón, sino en filtrar con criterio. Porque abrir de más puede convertir una estructura sólida en un mercado de ambiciones; y cerrar por miedo puede volverla estéril. La clave está en saber distinguir entre quienes traen trabajo y quienes solo traen mañas.
Hay liderazgos que valen por lo que representan, por la gente que los sigue, por los resultados que tienen. Pero también hay quienes solo se presentan como “activos” y en realidad son problemas disfrazados de fortalezas: los mismos caciques de siempre, los simuladores, los que cambian de camiseta según la temporada electoral.
Y no es un asunto menor. Porque incorporar a un liderazgo podrido no solo daña la imagen: infecta la operación, contamina los equipos y erosiona la confianza. A veces el costo de una mala suma se paga durante años.
La pregunta es sencilla, pero crucial: ¿qué tipo de liderazgo queremos dentro de un partido? ¿El que construye con paciencia y método, o el que llega exigiendo posiciones con base en su pasado? ¿El que entiende la lealtad y la disciplina, o el que amenaza con irse si no le dan lo que pide?
Sumar por sumar ha sido uno de los errores más costosos de la política mexicana. Muchos partidos cayeron en la tentación de abrir las puertas sin revisar quién entraba. Y terminaron convertidos en coaliciones de oportunismos que ya no representan ni rumbo ni ideología. No se trata de cerrarse, sino de seleccionar con inteligencia política.
De evitar repetir lo que la gente ya no soporta: los cacicazgos, el corporativismo obsoleto, las alianzas sin sentido, los reciclajes de siempre. Porque el ciudadano no castiga que se sumen nuevos cuadros, castiga que se repitan los mismos vicios. Cualquier partido puede presumir que está creciendo. Pero el crecimiento real se mide por la calidad, no por la cantidad. De poco sirve sumar si esas sumas restan. De poco sirve abrir la puerta si, al hacerlo, se diluye la esencia de lo que se defiende. Seleccionar bien es más que estrategia: es carácter. Y en la política mexicana, los partidos que sobreviven no son los que abren más, sino los que saben decir no a tiempo. Porque a fin de cuentas, el poder no solo se gana con alianzas… también se sostiene con convicciones.