Hace una semana, el sábado 18, Jorge Romero relanzó al PAN. A partir de entonces, ríos de tinta y horas de video se han dedicado al acto, a la situación y al futuro de Acción Nacional como no había ocurrido desde que era gobierno nacional. Si lo que buscaba era llamar la atención, la dirigencia panista lo logró, indudablemente.
Incluso la presidenta de la República, cuya antidemocrática soberbia le subraya el talante dictatorial y excluyente, le dedicó como nunca sus críticas al panismo, pues no pudo evitar referirse al suceso en su intento por desviar la atención ante la evidente incapacidad de su administración para socorrer mexicanos en desgracia.
Hubo de todo en la comentocracia, esencialmente suspicacia y escepticismo. ¿Cómo van a cambiar al octogenario partido quienes más lo deformaron? ¿Cómo recuperar una doctrina que en los hechos ya no representan? ¿Por qué las élites gruperas cederían que la institución volviera a ser partido de cuadros, capacidades y méritos? ¿Es posible liberarse de la adicción a las alianzas? ¿En verdad los ciudadanos están ansiosos de acercarse a un partido político que desesperadamente ofrece afiliarse al mismo en un click o participar abiertamente en la elección de sus candidatos?
Pasados siete días y disipados ya los humos de la pirotecnia, el PAN se aproxima a su Asamblea Nacional cocinando una reforma estatutaria que ponga en blanco y negro los detalles del relanzamiento anunciados por su presidente.
En la agenda y los preparativos, no están, por ejemplo, las rectificaciones en los procesos de elección del Consejo Nacional, los cuáles, en el mejor de los casos, serán la última elección controlada a piedra y lodo por los padroneros. En todos los estados se impusieron los favoritos de los grupos y prácticamente ningún panista ajeno a ellos resultó electo en definitiva en los órganos de dirección. La Asamblea votará lo que se le indique y eso no es ni la apertura ni la democracia que tanto quisiera pregonar la nueva narrativa panista.
Pero la agenda tampoco contempla los aspectos sustanciales. El PAN es un partido débil, con poca militancia y escasa presencia en amplias zonas del país. Las encuestas lo registran en muchas entidades y municipios como la tercera, cuarta o quinta fuerza política, cuando no más abajo.
El relanzamiento no abordó tres aspectos básicos: a) el modelo de organización capaz de recuperar la presencia y actividad del partido en todo el territorio nacional; b) cómo integrar el entorno digital que enfrente al monstruo espía e invasivo que el gobierno está montando para el cibercontrol social y, c) cuáles son las capacidades de acción política de corte comunicativo, electoral, gubernamental y de vinculación social, capaces de cumplir con las expectativas de regresar a ser un partido competitivo, confiable, honesto e idóneo para ser la oposición que enfrente efectivamente a la dictadura de MORENA.
Y mientras eso falta, ahí viene la Reforma Política que amenaza con dar al traste con la vida democrática de México.

