Los emisarios del régimen señalaron que los panistas tenían un punto de vista digno, pero poco práctico.
Correspondencia entre Manuel Gómez Morin y Efraín González Luna
Se equivoca Jorge Romero al afirmar que el PAN debe regresar a la calle, cuando debe regresar a sus principios. ¡Qué paradoja! Cuando la realidad da la razón a los fundadores del partido, su dirigencia los menosprecia.
Nunca fue una organización política de masas, sino de cuadros. La calle no era lo suyo. Ingresar a sus filas requería llevar cursos y siempre cuidó postular candidatos a todos los cargos con el perfil adecuado. Los grupos parlamentarios se integraban con personas que defendían su doctrina y gozaron de una bien ganada fama por sus bien fundamentadas intervenciones e iniciativas. La situación cambió cuando se empezó a postular candidatos que tuvieran rentabilidad electoral o compromisos, por decirlo suavemente, inconfesables.
En la era de los Antoninos del Imperio Romano (último periodo de grandeza y buen gobierno, 96-180), se designaba a los sucesores mediante la «adoptativa tradicion”. Adriano nombró como su sucesor a Marco Aurelio, paradigma de sabiduría y calidad humana. Adriano percibió sus cualidades desde niño y le puso de sobrenombre “el verissimus”; es decir, el verdadero. Este emperador consideraba virtud esencial en la vida pública no decir mentiras.
Acudo ahora a una experiencia personal. Al no ser postulado como senador en 1994, habiendo hecho un trabajo muy importante, la defensa de ideas como diputado federal en la LV Legislatura (segunda mitad del gobierno de Carlos Salinas) en la cual se aprobaron reformas trascendentales que han demostrado sus buenos resultados, decidí renunciar al PRI.
Siempre he sostenido que la regla de oro de la institucionalidad consiste en darle al militante o servidor público el valor que cree merecer. En México, nuestras organizaciones de ciudadanos y el gobierno ven con desdén a su membresía. La aplastan, la engañan y la subestiman. Por eso tienen pésima reputación.
Previo a mi renuncia, me entrevisté con un extraordinario ser humano: Carlos Castillo Peraza. Me sometió a un largo interrogatorio. Como él relató en el prólogo de mi primer libro que escribí sobre el PAN, lo convenció mi actitud sincera. Afiliarse al PAN en Tabasco era optar por un partido marginal (ahora está peor) sin posibilidad de triunfos, aunque pude haber aceptado las reiteradas invitaciones de AMLO para incorporarme al PRD, como lo hicieron muchos ex priistas.
Las insensateces nunca quedan impunes. Lo malo está en que no se castiga a quienes las cometen, sino a la sociedad. Los delitos, como lo prueba nuestro endeble Estado de derecho, sí quedan impunes.
Los fundadores del PAN tenían un gran esmero en cuidar “la dignidad del derecho” (Rafael Preciado Hernández). Un error en un ordenamiento legal puede hacer un enorme daño. Pongo un ejemplo. Desde siempre se percibió lo perjudicial que era sacar la tierra ejidal del mercado, lo cual ocasionó que el principal problema hoy en el campo sea la incertidumbre jurídica en la tenencia de la tierra.
Las propuestas de reformar los ordenamientos internos que rigen la vida de la segunda fuerza electoral van a ocasionar más inhibiciones, estrechando el campo de maniobra para tomar decisiones. El propósito de la actual dirigencia no debe ser abrir las puertas indiscriminadamente, sino atraer a los que voluntariamente lo han abandonado.
Pertenezco a ese numeroso conjunto de quienes vemos a la actual dirigencia totalmente cooptada por la denominada “onda grupera” que demostró cerrazón en su desempeño en la Ciudad de México.
El epígrafe de este artículo es un ejemplo del inmenso respeto que los fundadores panistas tenían hacia sus correligionarios. No se trata de llegar al poder a cualquier precio, “superemos la esquizofrénica escaramuza electoral”.
Hoy me pregunto, ¿cómo puede fortalecerse un partido que trata mal a su membresía?

