No normalicemos la violencia, la falta de medicinas, la contaminación, los feminicidios, la extorsión, falta de trabajo, las inundaciones.
Vaya preocupación cuando en un país nada funciona. Pero lo más grave es que nos vayamos acostumbrando a que la pérdida de derechos y libertades son algo tolerable o aceptable. Nada más lejano a una realidad como la que debemos aspirar a tener todos los días y en todos los momentos.
El aceptar la dilución en la calidad de vida para todos los habitantes no es sino reflejo de una situación de menosprecio personal y de no entender que es papel de la población la exigencia permanente de resultados y la corrección de políticas públicas no rentables.
Sí podemos y debemos tener un mejor país. La popularidad que se pueda tener en un momento dado no es sinónimo de eficacia o de un buen gobierno. Los peores gobiernos autoritarios en la historia han sido muy populares por algún tiempo hasta que el sistema colapsa porque demuestra su verdadera esencia que contrasta y compite con la realidad de un sistema que no genera resultados, sino solamente excusas, polarización, culpas y destrucción institucional.
Quieren tumbar la escalera por la que llegaron y que nadie más lo pueda hacer jamás. Están dispuestos a todo con tal de conservarse en el poder contra todo impulso democrático y oxígeno ciudadano. Es por todo lo anterior que no podemos seguir normalizando los serios problemas que el país tiene.
La solución para todo este entuerto pasa por una gran movilización ciudadana en que se demuestre que no hay ceguera o pasividad, sino más bien una consciencia absoluta del rumbo tan absurdo que hoy se pretende eternizar. La última oportunidad que tenemos para evitar la debacle son muy probablemente las elecciones de 2027.
Debemos realizar esfuerzos extraordinarios para que sea ese el momento en que evitemos pasar el punto de no retorno. La oferta política deberá ser ejemplar, y con una oposición seria, y ofertas nuevas como Somos México la competencia será la óptima para fijar nuevas alternativas con ímpetu y prioridad ciudadana. No sigamos normalizando lo inaceptable.