octubre 18, 2025
Trump es manipulador, usa las estadísticas e información falsa


El expresidente que hizo del engaño su estrategia y de la ignorancia su bandera. ¿Hasta cuándo la democracia estadounidense soportará esta farsa?

El arte de mentir sin rubor

Donald Trump encarna el mayor experimento de manipulación política de nuestra era: un hombre que predica la defensa del pueblo mientras destruye las instituciones que lo protegen. Habla de libertad y siembra miedo; se declara patriota y socava la democracia que lo hizo posible.

Su discurso es una sucesión de contradicciones que ya no sorprenden a nadie, pero que siguen moldeando millones de voluntades. Miente compulsivamente, pero lo hace con una seguridad que sus seguidores confunden con autenticidad. Se dice defensor de los trabajadores, pero sus políticas favorecen a los más ricos. Desprecia la ciencia, ridiculiza la educación y glorifica la ignorancia como si fuera una virtud patriótica. En su mundo, el conocimiento es una amenaza y los intelectuales, enemigos del pueblo.

El caos como estrategia

Trump no se contradice por torpeza, sino por táctica. Desde los años noventa, él mismo reconoció en una entrevista: “Siempre es bueno hacer las cosas nice and complicated para que nadie pueda descifrarlas.”

En esa aparente incoherencia reside su método: confundir para dominar. La contradicción se vuelve un escudo. Cambia de postura según el público, niega lo que dijo, y al hacerlo, desactiva toda noción de verdad verificable.

Su discurso caótico no es desordenado: es una técnica deliberada de saturación. Al inundar el espacio público con falsedades, erosiona la capacidad colectiva de distinguir lo cierto de lo inventado. Esa es su micropolítica del poder: el control del sentido común mediante el ruido.

El abuso convertido en espectáculo

Trump ha logrado lo impensable: convertir el abuso en espectáculo. Sus juicios, sus insultos y sus mentiras forman parte de un teatro cuidadosamente diseñado para mantener la atención del público y el temor de sus adversarios.

Pero su autoritarismo no se limita a las palabras. Durante su gobierno, ordenó la purga de la función pública, reemplazando a funcionarios de carrera por leales sin experiencia. Emitió órdenes ejecutivas para politizar agencias reguladoras —desde la EPA hasta el Departamento de Justicia—, minando su autonomía. Al exigir lealtad personal sobre competencia institucional, transformó al Estado en un escenario de servidumbre política. Su actual gabinete de apoyo son una muestra de vasallos incompetentes.

La violencia como método

Su legado más oscuro es la violencia que ha normalizado. Bajo su retórica nacionalista, los inmigrantes los ha convertido en chivos expiatorios, culpables de todo mal. Los insulta, los persigue, los acosa y hostiga, los separa de sus hijos, y alienta a las fuerzas del orden a tratarlos como enemigos.

La crueldad dejó de ser un exceso para convertirse en política pública. Su desprecio por la ley es sistemático: desobedece fallos judiciales, presiona a fiscales y reduce el Estado de derecho a un instrumento personal.

Llevó esa lógica autoritaria aún más lejos al usar la Guardia Nacional como herramienta de castigo político, enviándola no donde se requería seguridad, sino donde podía exhibir fuerza y humillar a sus opositores. Trump no busca proteger ciudades: las escoge como escarmiento, como trofeos en su guerra simbólica contra la diversidad, la crítica y el pensamiento libre.

La complicidad del silencio

Pero lo más grave no es Trump, sino la tolerancia que lo rodea. El silencio cómplice de quienes, por miedo o cálculo, lo dejan avanzar. Los que dicen “no hay que provocarlo”, como si un demagogo necesitara permiso para destruir. Los que justifican cada exceso por conveniencia electoral. Todos ellos son cómplices en mayor o menor grado.

¿Dónde están los demócratas?

Sería injusto desconocer que hubo resistencia institucional: demandas de fiscales estatales contra las órdenes ejecutivas migratorias, resoluciones del Congreso condenando abusos de poder, e incluso cartas bipartidistas exigiendo transparencia en sus políticas.

Sin embargo, la falta de cohesión narrativa y liderazgo moral convirtió esos esfuerzos en acciones aisladas. La defensa del Estado de derecho quedó fragmentada, sin la fuerza simbólica capaz de contrarrestar su populismo.

Trump es la enfermedad, pero la indiferencia y la fragmentación demócrata son los síntomas de un sistema debilitado. No basta con esperar que se autodestruya. Hay que responderle con inteligencia, con dignidad y con la verdad.

Epílogo: la civilización en riesgo

Si el conocimiento, la ciencia, la educación, la compasión y el respeto por el ser humano vuelven a ser enemigos del poder, entonces no es solo la democracia la que está en peligro: es la civilización misma.

Porque cuando la mentira se normaliza y la decencia se ridiculiza, el futuro deja de escribirse con razón y comienza a escribirse con miedo.

Dr. Alfredo Cuéllar: Pionero de la Micropolítica, exprofesor de Harvard, colaborador de DEBATEX y ARJE Noticias México. Comentarios: alfredocuellar@me.com

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