La historia universal está plagada de falsedades, de leyendas negras, de innumerables prejuicios y sesgos ideológicos, que son fruto de quienes (los poderosos y sus secuaces) quieren que la historia se ajuste a sus intereses, prejuicios. o vanidades. México no es la excepción, y estoy convencido de que los intereses de los gobernantes (sobre todo los actuales) se acompañan de una ignorancia in- vencible que es fruto del miedo a la verdad.
La verdad histórica se encuentra en los documentos y en los libros. La verdad de la historia de México es una historia llena de traiciones, de bajezas, pero también de acontecimientos heroicos y de tiempos de paz. Durante más de dos siglos, tuvo la Nueva España una historia de paz y de progreso “en la tranquilidadyenelorden,osea,biendistintode la anarquía mansa y a la quietud impuesta por el miedo”. (Trueba Alfonso, La Expulsión de los Jesui- tas o el Principio de la Revolución Ed. Jus, México, 1957).
El 1 de noviembre de 1765 desembarcó en Veracruz el teniente general Juan de Villalba, con el en- cargo de organizar el ejército de la Nueva España. Lo más sorprendente de esta súbita acción fue que el susodicho ejército no tenía ninguna tarea de pacificación. Estaba compuesto, en su mayoría, de mercenarios extranjeros, sólo los mariscales de campo eran españoles, “portadores de los gérmenes de la masonería, ya muy difundida en la península” (True- ba, Alfonso, op. cit.). Entre esos dos mil soldados, venían “luteranos, calvinistas, o simplemente renegados o blasfemos de Nápoles o Sicilia”. (Mariano Cuevas, Historia de la Iglesia en México, t. IV).
De hecho, nadie osaba perturbar la tranquilidad. Hacia 1764, las fuerzas armadas del reino de la Nueva España, “consistían en un regimiento que componía la guarnición de Veracruz, y algunos pocos soldados que había enAcapulco y dos compañías, una de ca- ballería y otra de infantería que servían a la pompa de los virreyes”. (Informe del marqués de Cruillas al rey. Cabo, Andrés, Tres Siglos de México). Y todo esto en un reino que contaba con más de cuatro millones de kilómetros cuadrados. Tal parecía que la creación de un ejército en la Nueva España, fuera un hecho calculado por los conspiradores de la corona española, para contener la resistencia de la población frente a la, desde entonces prevista, expulsión de los jesuitas. Y quienes así pensaron, no estaban equivocados. Este hecho es el primer ante- cedente del movimiento de independencia.
El hecho fue que Carlos III, rey de España, el 27 de febrero 1767 decretó la expulsión de los jesuitas de todos los reinos españoles, bajo la falsa acusación de que la Compañía de Jesús estaba conspirando contra la corona. Además, el ministro Ricardo Wall y otros acusaron a los jesuitas de provocar las revuel- tas del Paraguay.
La verdad es que los jesuitas tenían presencia en todos los ámbitos culturales: filosofía, teología, ciencia, arte (arquitectura, escultura, teatro, música y orfebre- ría). Casi ningún ámbito de la cultura fue ajeno a los jesuitas: eran profe- sores, cartógrafos, geólogos, astrónomos, botánicos, matemáticos, administradores, etc.
“Los jesuitas no sólo fueron educadores, sino misio- neros y civilizadores. Ellos ensancharon los límites de la patria llevando a remotas regiones, habitadas por tribus bárbaras, la luz de la fe y los bienes de la vida política”. (Trueba, Alfonso, op. cit.).
Continuara.