En el patio de su Palacio, frente a sus más encumbrados y serviles aplaudidores, reiterando su mensaje de autoalabanza y soslayando cualquier falla, la presidenta de la República rindió su Primer Informe, séptimo de su facción, en el cual, quedó manifiesta su unilateralidad, su intención propagandística, la mentira cínica y la narrativa oficialista contraria a la realidad.
Su mensaje resultó tan institucional, republicano y neutral, que mereció ser constantemente salpicado con epítetos como: “la oscura noche neoliberal”, “la corrupción dañó por muchos años el bienestar del pueblo”, “no se cumplieron las expectativas catastróficas”, “durante el período neoliberal se desmanteló el país”, “construimos casas, no los cajoncitos que se hacían antes”, “durante décadas nos hicieron creer”, “ese fue el dogma neoliberal”, “para aquellos que decían que no se debería de invertir en refinerías”, por mencionar algunos de los incuestionables señalamientos del poder actual a un pasado tan deformado que se vuelve cada vez más intangible y nebuloso, y todo para evitarse la pena de enumerar cualquier tipo de dificultad, incongruencia o error que se hubiera existido: su visión autocomplaciente se resume en la henchida frase: “vamos bien y vamos a ir mejor”.
Del mismo modo, la entrecortada voz presidencial reiteró la alegre autopercepción del régimen sobre sí mismo, aunque poco de ella corresponda a la verdad: “qué se oiga bien, la 4T se arraiga”, “consolidamos un nuevo modelo económico de prosperidad compartida”, “se termina la era del nepotismo”, “evitamos la injerencia extranjera” (aunque Donald Trump y sus funcionarios digan lo contrario), “la inflación es la menor desde el 2021”, “nuestra economía se fortalece y crece al 1.2 por ciento anual”, “aumentamos el salario mínimo”, “el gasto se ejerce con honestidad”, “el desempleo es de los más bajos del mundo”, “millones consumen café y chocolate del bienestar”, “millones ya reciben la pensión”, “ya está disponible más del 90 por ciento de abasto de las medicinas, porque la salud es un derecho del pueblo”, “este es el plan social más grande de la historia”, “Dos Bocas ya produce a plena capacidad”, “México es respetado en el mundo entero”, “ya vamos a terminar”.
Es inútil pedirle al oficialismo que el Informe vuelva a ser un ejercicio de rendición de cuentas, un balance de resultados, una visión de los retos y amenazas del país, o un ejercicio que trace un rumbo común para todos.
El régimen avanza solo, se justifica a sí mismo, pide ayudas sometidas y no toma en cuenta otras razones más allá de las propias. Reitera su fe en el estatismo, en el gobierno que lo hace todo y se asume como padre o tutor de todos, así como en una ideología insustancial que ni explica ni define nada. El informe es la expresión de un poder vacío, inerte, que es un fin en sí mismo porque no tiene otro propósito que mantenerse y que, por ahora, se esconde bajo las enaguas del pueblo para ocultar su ineptitud, su corrupción y su insolencia.