Cuando insultar es legítimo: Otra muestra del maniqueísmo de la 4T

Carlos Hernandez XG
La polarización es la mejor forma de hablarle a los chairos y confrontar a los fifis

“Hay quienes se sienten fifís y, pues, no lo son, pero se ofenden cuando se hace un
cuestionamiento a los aspiracionistas, porque ellos se sienten superiores.”
—Andrés Manuel López Obrador, conferencia matutina, septiembre de 2024″

Carlos Hernández

Cuando el insulto se convierte en categoría política
En toda experiencia de gobierno que se proclama transformadora, el lenguaje no es un accesorio, sino un
instrumento de poder. Los insultos se reconfiguran en categorías que dividen al “pueblo” de sus
opositores.

En México, la 4T rescató la palabra fifí y la convirtió en un signo identitario. En Venezuela, Chávez acuñó
escuálido como marca de exclusión. En ambos casos, la operación fue semejante: un término que en otro
contexto sería clasista o despectivo se naturaliza como un adjetivo legítimo dentro de la narrativa oficial.

La contradicción central aparece de inmediato: el insulto hacia arriba se normaliza, mientras que cualquier
palabra que se perciba como hiriente hacia abajo se sataniza.
El laboratorio venezolano: el “escuálido” de Chávez

Hugo Chávez comprendió que gobernar implicaba también narrar. A la oposición la denominó escuálida, connotando debilidad y minoría. La etiqueta no sólo descalificaba; construía una frontera simbólica. El pueblo nunca podía ser escuálido: esa categoría estaba reservada a quienes se oponían al proyecto bolivariano. La regla implícita era clara: la palabra servía únicamente para delimitar al adversario, nunca para señalar al propio bloque popular. El insulto era un arma de un solo filo.

El eco mexicano: el “fifí” de López Obrador

En México, López Obrador, siguiendo la lógica que antes había utilizado Chávez, recuperó fifí para referirse a periodistas, empresarios y sectores de clase media que expresaban crítica o inconformidad. El término fue celebrado como ingenioso, aunque su raíz clasista fuera evidente.

En paralelo, la palabra naco quedó marcada como impronunciable. Convertida en tabú por la moral de la
izquierda, pasó a ser sinónimo de un insulto inaceptable, aunque su significado no remite necesariamente
a lo pobre, sino a actitudes de ostentación, vulgaridad o arribismo, presentes tanto en sectores ricos como
pobres.
Hasta en los perros hay razas

La simplificación del discurso político en México bajo la 4T se ha sostenido en una frontera simbólica entre
el “pueblo bueno” y los fifís. Esa visión binaria recuerda la expresión popular “hasta en los perros hay
razas”, porque supone que en la sociedad sólo existen dos capas, sin matices ni diversidad.

En esta narrativa, el pueblo aparece como un bloque uniforme al que se exaltan virtudes morales, mientras
que a los demás se les clasifica de inmediato como fifís, aspiracionistas o enemigos de la transformación.
Sin embargo, la realidad social es mucho más compleja. La clase media, blanco frecuente de la retórica
obradorista, ha sido acusada de aspiracionista o de no ser auténticamente pueblo. Pero los datos revelan
otra cara: para abril de 2025, el INEGI estima que un componente sustantivo de ese sector —que
representa alrededor del 55% de la población ocupada— se encuentra en la informalidad.

Lejos de ser un grupo privilegiado o limosnero del régimen, muchos de sus integrantes combinan apoyos
gubernamentales con ingresos provenientes de actividades informales que constituyen su capital de
trabajo como microempresarios.

En este contexto, los apoyos no se perciben como dádiva, sino como un derecho frente a lo que el Estado no proporciona de manera suficiente. La retórica oficial, al reducirlos a simples aspiracionistas o ingratos,
pasa por alto que son precisamente estos sectores quienes sostienen, aunque desde la informalidad,
buena parte de la dinámica económica cotidiana del país.


Naco como categoría de conducta, no de ingreso

Por otra parte, el término naco no clasifica a las personas según su posición económica, sino por el tipo de
comportamientos que exhiben. Se aplica a conductas caracterizadas por la ostentación ruidosa, el afán de
mostrar poder a través de símbolos de consumo, la falta de educación en el trato público, el arribismo que
confunde estatus con legitimidad y la vulgaridad como modo de presentarse en sociedad.

Bajo esta perspectiva, naco puede describir tanto al empresario que presume lujos como al político que ostenta poder sin recato, o al ciudadano que convierte el resentimiento en bandera de identidad. La amplitud de la categoría le permite atravesar todos los ámbitos sociales: no se trata de una etiqueta ligada a la pobreza o la riqueza, sino a estilos de vida y actitudes percibidas como ostentosas o faltas de sobriedad.


Esta resignificación explica por qué, en el contexto actual, el término ha recuperado fuerza en el debate público: se convierte en un descriptor transversal de conductas que contradicen la narrativa oficial de austeridad y sencillez.

Cuando la clase media ya designa como nacos a los miembros de la 4T

La sucesión de episodios en los que miembros de la élite de la 4T exhiben estilos de vida que contrastan
con el discurso oficial está generando un desplazamiento en el uso del lenguaje. La palabra naco, antes
proscrita, comienza a reaparecer en conversaciones privadas y en redes sociales, aplicada precisamente a
quienes ejercen el poder bajo la bandera de la austeridad.

Los viajes de lujo de Andy López Beltrán, la vida acomodada de José Ramón López Beltrán en Houston, la
mudanza de Beatriz Gutiérrez Müller a un barrio residencial de lujo en España, así como las estancias en
destinos exclusivos de Ricardo Monreal, Gerardo Fernández Noroña o Mario Delgado, ilustran el contraste
entre el relato de sacrificio y la práctica cotidiana de privilegios.

En estos casos, la etiqueta de naco no se asocia al nivel de ingreso, sino en las conductas de las cabezas de
la Cuarta Transformación.

En este reacomodo, el peso de las etiquetas se invierte: fifí pierde eficacia por desgaste, mientras que naco
adquiere nueva fuerza como categoría sociológica aplicada a la élite gobernante. Lo que el obradorismo
intentó censurar emerge como un espejo que refleja sus propias tensiones internas.

Gota a gota, la base de la 4T se resquebraja

El mecanismo inicial funcionó mientras el insulto se dirigía únicamente hacia arriba. Sin embargo, cuando la élite gobernante, que se presentaba como popular y austera, comenzó a exhibir prácticas percibidas como contradictorias, el doble estándar se fracturó.

En ese punto, el lenguaje cambió de dueño: lo que nació como herramienta del poder para descalificar a
sus opositores fue resignificado por los sectores medios como una forma de crítica cultural dirigida a la
élite de la 4T.

La reapropiación de un término antes prohibido muestra cómo la sociedad encuentra resquicios para
cuestionar el monopolio discursivo del poder. Y ese proceso, lejos de cerrarse, apenas comienza: se
despliega como una acumulación persistente de gestos y percepciones que, gota a gota, van erosionando las bases simbólicas de un régimen sostenido en la palabra y en la contradicción.

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