Cerrazón conveniente

En «La Guerra y la Paz», Tolstói describe cómo los poderosos buscan entrar a los círculos del poder no para servir, sino para bloquear la entrada a los demás. Ese mecanismo de exclusión, basado en la envidia y el privilegio, se refleja con claridad en la vida pública mexicana actual.

El partido gobernante llegó con la promesa de transformar al País. Pero en los hechos, el poder ha sido usado para blindar sus espacios y limitar el desarrollo. Desmantelan reformas energéticas, el sistema de salud, la evaluación docente, organismos autónomos, la justicia meritocrática y preparan una reforma electoral para eliminar la competencia.

No es técnica ni visión de país, sino dogma que encierra a México en el atraso. Bajo el discurso de «soberanía» o defensa del «pueblo» se consolida el monopolio del poder. Hoy el poder político no abre oportunidades, las restringe.

Al ciudadano se le niega la llave de la transparencia, porque a quien ostenta el poder le resulta más cómodo gobernar sin ser cuestionado. Transparencia para el discurso, opacidad para la práctica.

El Poder Judicial «votado» inicia el lunes sin experiencia ni capacidad probada para empezar a aprender a ser jueces, dejando a millones frente a una justicia lenta y poco confiable. La puerta de la justicia, que debería estar abierta con eficiencia, se reduce a un pasillo estrecho de dudas.

Mientras tanto, la mayoría de los ciudadanos está concentrada en sobrevivir. Empresarios asediados por la inseguridad, trabajadores defendiendo sus empleos, familias que sienten cada vez menos libertades. La política debería ofrecer un respiro, pero se ha convertido en otro motivo de asfixia.

Frente a ello, cabe preguntarnos: ¿cómo abrir esas puertas cerradas? Hannah Arendt en su obra «La Condición Humana», recordaba que el poder genuino surge del acuerdo con la sociedad, no contra ella. México necesita exigir resultados claros a cada servidor público, medir su eficacia y fortalecer la cultura de la rendición de cuentas.

Pero también se requiere generosidad política. En Nuevo León, por ejemplo, la confrontación permanente entre poderes ha paralizado proyectos cruciales. Sin coordinación institucional, el poder no sirve; estorba. Se necesita un nuevo pacto que ponga por delante el bienestar colectivo, no la lucha partidista.

Un ejemplo de generosidad y capacidad para conciliar pudiera ser que el Gobernador de Nuevo León asista a la instalación del Congreso local el lunes.

Otros países han mostrado que sí es posible romper la cerrazón conveniente. En Chile, tras el autoritarismo, se creó un sistema de contrapesos que obligó a transparentar cada gasto público y acabar con oligopolios. En Alemania, la Corte Constitucional de Karlsruhe actúa como freno real frente a los abusos del Ejecutivo. En Estados Unidos, el sistema de «checks and balances» permite que prensa, tribunales y Congresos estatales limiten al Presidente y le exijan resultados. Y en los países nórdicos, la transparencia no es un discurso: cualquier ciudadano puede consultar en línea cómo se gasta el dinero de sus impuestos.

El contraste es doloroso: mientras en otras naciones el poder es obligado a rendir cuentas, en México seguimos atrapados en un juego de simulación, donde la narrativa importa más que los resultados.

Tolstói lo vio con lucidez: el poder disfruta cerrando la puerta para que nadie más entre. Nuestro desafío es encontrar las llaves de esa puerta: participación ciudadana, transparencia, coordinación y, sobre todo, una convicción cívica de que el poder debe servir a la gente, no a quienes lo administran.

Si queremos un país distinto, debemos dejar de aceptar la cerrazón como destino. El reto no es menor: obligar al poder a abrirse, hasta que no quede más remedio que entregar resultados. México no necesita más guardianes de la puerta; necesita ciudadanos decididos a abrirla cuando se cierra. Solo entonces podremos decir que vivimos en una democracia de verdad, no en una cerrazón conveniente disfrazada de Cuarta Transformación.

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