¿Tienen los pueblos los gobiernos que merecen? Cuando libremente eligen, sí, para bien o mal. Y cuando es para mal, se lo merecen quienes se abstienen de votar (callar es apoyar, aun involuntariamente), y lo pagan todos.
¿Qué hacer para que los votantes no elijan a líderes o representantes populistas y que se ponen como meta destruir la democracia que los llevó al poder? Educar en la democracia. Que es un proceso necesariamente continuo.
Los populistas son, precisamente, populares, venden ilusiones, con sentimentalismos se crean la imagen de defensor de causas populares, “hablan bonito”, dan limosnas oportunas y alimentan resentimientos sociales.
Ese fue el caso de López Obrador y que permitió continuar tras las elecciones de 2024. De acuerdo al patrón teórico político: un auténtico populista.
¿Cómo logró la adoración popular? Dijo que su oferta era “primero los pobres”, y a todos les gusta oír eso, y regaló cosas y dinero, mucho dinero con fondos del erario público. Preocupándose porque la gente lo viera como una donación de él y no del erario. Percepción que no ha cambiado con Sheinbaum.
La historia política mundial de elecciones más o menos libres, está llena de casos de populistas electos. Los pueblos encumbran ídolos sociales que los llevan a la ruina económica o a alguna forma de dictadura, y luego algunos tratan de corregir su error por medios violentos: golpe de Estado, levantamiento armado o motín callejero, y en general, los aplastan. Un caso de análisis académico es el de Venezuela, que eligió a Hugo Chávez y luego a Nicolás Maduro.
La mayoría de las decisiones humanas, para bien o para mal, son más emotivas que razonadas. La mentira que se quiere oír y que se repite convence; el clamor sentimentalista gana adeptos. El ataque, la difamación y la calumnia, bien manejadas –que no es nada difícil–, persuaden, generan odios. El liderazgo es emocional, carismático; como todo líder, el populista se hace querer y ese carisma sirve a sus cómplices electoralmente.
¿Qué hacer para que no se elijan líderes o representantes populistas? Educar en la democracia. Es un proceso necesariamente continuo, a la mayor escala posible, enseñando al ciudadano el análisis sereno de personalidades e historiales de candidatos y partidos, de propuestas electorales, ofertas políticas e informes de gobierno.
Pedir al ciudadano que “razone su voto”, sólo sirve relativamente, al ser el hombre razón y emoción. Lo ideal es educarlo a usar más la razón (¡e intuición!) para distinguir lo efectivo del inmediatismo, a no dejarse embaucar con sueños de opio, dádivas u ofertas incumplibles, pues no habrá dinero que alcance. Debe distinguir manipulación de convencimiento.
Este proceso educativo –más informal que formal–, dará ejemplos que el pueblo conozca o pueda conocer (¡mírate en ese espejo!), diferenciará el regalar populista y las reales soluciones a la pobreza. De la mano llevará lo que el populista, cuando le conviene, llama “descalificación”, es decir la verdadera denuncia –veraz y objetiva–, y exhibir sus
mentiras, intolerancias, derroches, ilegalidades e incompetencias ejecutivas.
Democracia sana es madurez de juicio, que lleva a aceptar emocionalmente.

