Alaska (2025) no fue, y tampoco será, Yalta (1945).

La diferencia entre Yalta y Alaska es evidente: Yalta era para repartir el botín de la guerra, mientras que Alaska era para ver cómo terminar la guerra.

Ricardo Pascoe

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Hace 80 años se reunieron en Yalta, un balneario de Crimea, los tres líderes de la Unión Soviética, Gran Bretaña y Estados Unidos para pactar el reparto del mundo al final de la Segunda Guerra Mundial. El resultado de esa histórica negociación fue que Stalin logró el reconocimiento de los territorios ocupados por el Ejército Rojo, de Moscú y hasta la mitad de Alemania. Ahí inició el Pacto de Varsovia, la alianza militar que sería el escudo protector de la Unión Soviética hasta 1991.En contraste con estas experiencias, la reciente cumbre entre Putin y Trump fue un evento teatral que no arrojó un resultado positivo con relación al supuesto propósito del encuentro: buscar la paz en Ucrania. Para Putin fue un éxito: salió de su “exclusión” de la comunidad internacional y no se comprometió a nada con relación a la paz en Ucrania. Seguirá con su guerra de agresión contra Ucrania pues, como él dice, “no se han resuelto las razones de fondo de la guerra”.¿Cuáles esferas de seguridad nacional están en juego? Trump ha hablado de Panamá, Groenlandia, Canadá y el Caribe como sus esferas de influencia en términos de seguridad nacional. Putin ha planteado la guerra en Ucrania como un tema de seguridad nacional de Rusia.No entienden que el mundo no es suyo para ese reparto. Trump no puede actuar al margen de Ucrania y Europa, y Putin no tiene la fuerza militar y económica para imponerse a Ucrania en las actuales condiciones. Tampoco pueden actuar al margen de las leyes internacionales que rigen justamente para los conflictos de este carácter. Y ninguno de los dos líderes goza de la autoridad moral para repartir el mundo en función de sus intereses nacionales, exclusivamente.

Hace 80 años se reunieron en Yalta, un balneario de Crimea, los tres líderes de la Unión Soviética, Gran Bretaña y Estados Unidos para pactar el reparto del mundo al final de la Segunda Guerra Mundial. El resultado de esa histórica negociación fue que Stalin logró el reconocimiento de los territorios ocupados por el Ejército Rojo, de Moscú y hasta la mitad de Alemania. Ahí inició el Pacto de Varsovia, la alianza militar que sería el escudo protector de la Unión Soviética hasta 1991.

Churchill logró la inclusión de Francia en el pacto de países líderes, aumentando su número a cuatro, y trató de acertar el reconocimiento del Imperio Británico como una potencia ascendente, cosa que no logró. Y Roosevelt logró la formación de las Naciones Unidas, incluyendo los cinco miembros del Consejo de Seguridad: la Unión Soviética, Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia y China. También logró el apoyo de la Unión Soviética contra Japón, para terminar la llamada Guerra del Pacífico.

Al término de la Conferencia de Yalta empezó, en realidad, la Guerra Fría, que ocuparía el escenario político y militar del mundo, desde esa fecha hasta la desaparición de la Unión Soviética en 1991. Ante la creación del Pacto de Varsovia, como eje coordinador militar integrado por los países del bloque soviético, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia formaron el bloque militar de defensa que sería conocido eventualmente como OTAN.

Finalmente la cumbre en Yalta significó que sus asistentes reconocieron lo que estaba ocurriendo en la realidad: Hitler, Mussolini y el emperador de Japón estaban derrotados y el mundo entraba en una nueva etapa de conflictos entre distintas, y nuevas, potencias. Y era aconsejable establecer algunas reglas del juego. En eso, quizá Roosevelt era el más visionario: exigió la formación de las Naciones Unidas como instrumento para regular los conflictos, y las guerras, del futuro.

Las cumbres entre naciones muchas veces han sido, más que nada, el preludio a la guerra por venir. Cuando las cumbres no están bien organizadas e informadas, con los equipos de gobiernos discutiendo y solucionando los asuntos de fondo, entonces no resuelven nada. Especialmente cuando no existe una empatía común para resolver el conflicto en ciernes.

Las cumbres solamente entre Churchill y Roosevelt, por ejemplo, fueron fundamentales para que sus países se pusieran de acuerdo en cómo ganar la guerra. Particularmente importante fue el encuentro entre los dos líderes en Casablanca en enero de 1943 porque sus equipos llegaron muy preparados para resolver todos los problemas políticos y técnico-militares de los próximos dos años, incluyendo en desembarco en Normandía.

En contraste con estas experiencias, la reciente cumbre entre Putin y Trump fue un evento teatral que no arrojó un resultado positivo con relación al supuesto propósito del encuentro: buscar la paz en Ucrania. Para Putin fue un éxito: salió de su “exclusión” de la comunidad internacional y no se comprometió a nada con relación a la paz en Ucrania. Seguirá con su guerra de agresión contra Ucrania pues, como él dice, “no se han resuelto las razones de fondo de la guerra”.

La diferencia entre Yalta y Alaska es evidente: Yalta era para repartir el botín de la guerra, mientras que Alaska era para ver cómo terminar la guerra. En el primer caso ya sabían cómo iba a terminar la guerra. En el segundo caso, no tienen la menor idea de cómo terminará.

En términos de estatura política y de visión de futuro, Putin y Trump no son comparables con el trío de Yalta. Ese trío terminó construyendo las Naciones Unidas y pactó la guerra fría. El dúo de Alaska, carente de una visión histórica de su rol como líderes mundiales, no supieron ni cómo iniciar el proceso de acercamiento a la paz. Entonces, ¿qué habrán discutido Putin y Trump en esas casi tres horas en Alaska?

Si se hubieran reunido a solas, Putin le habría ofrecido a Trump algo distinto a la paz en Ucrania. Le tienta con renovados acuerdos económicos entre sus dos países, el reparto del Ártico, negocios para su familia en Rusia, dinero en criptomonedas. Putin sabe, viendo la conducta de Trump con otros líderes, que esas son las cosas que le llegan al corazón. Los Emiratos Árabes ya aprendieron la vía fácil para llegar a acuerdos con Trump: nuevos hoteles y campos de golf en la Península Arábiga, junto con un jet personal, todo con el nombre Trump en grandes letras. Incluso su apoyo total para el Premio Nobel de la Paz.

Pero como no hubo una reunión a solas entre Trump y Putin, sino que estuvieron acompañados por sus asesores, y la reunión fue mucho más breve de lo anunciado, seguramente no hubo tiempo ni espacio para esas ofertas tan mundanas. Es difícil imaginar a Marco Rubio avalando ese tipo de “política exterior”. Es posible, en cambio, que se reunieron para negociar el respeto a sus respectivas esferas de seguridad nacional.

¿Cuáles esferas de seguridad nacional están en juego? Trump ha hablado de Panamá, Groenlandia, Canadá y el Caribe como sus esferas de influencia en términos de seguridad nacional. Putin ha planteado la guerra en Ucrania como un tema de seguridad nacional de Rusia.

Los dos piensan el mundo en términos de sus esferas de control e influencia como su obsesión inmediata. Para Trump, pensar Panamá al Ártico, pasando por Canadá y Groenlandia, es consolidar la “Fortaleza USA”. Para Putin, dominar a Ucrania es frenar pretensiones imperiales que provengan de la vieja Europa, al mismo tiempo que promueve la restauración del viejo imperio ruso.

Algo parecido sucedió entre Kennedy y Jruschov a raíz de la crisis de los misiles en 1962. Acordaron el retiro de los misiles soviéticos de Cuba a cambio del retiro de misiles estadounidenses en Turquía. Esa crisis se resolvió, además, estableciendo una línea telefónica directa entre Moscú y Washington, para evitar futuros conflictos producto de malos entendidos.

Putin le habrá pedido a Trump concesiones territoriales de Ucrania para Rusia y sin ofrecer compromisos de seguridad por parte de Occidente, sin ingreso a la OTAN ni presencia de fuerzas militares de Europa en ese país. Es decir, dejó a Ucrania lista para ser invadida otra vez.

A cambio, Trump le habría pedido el retiro de la presencia militar rusa en México, Nicaragua, Cuba y Venezuela, además de vía libre para asegurar que esos cuatro países queden en la órbita directa de Washington.

A partir de la cumbre de Alaska, Putin intensificó sus ataques a Ucrania. Obviamente no hubo acuerdo en Alaska que le implique a Putin un freno a la guerra, Es más, el indicio más bien es que la cumbre le dio luz verde para proseguir con la guerra.

También parece claro que hubo ese acuerdo porque Trump dio su apoyo público a la ocupación rusa de territorios ucranianos y decretó la imposibilidad de que Ucrania ingrese a la OTAN, dejándole indefenso frente a Moscú. Y, por otro lado, a partir de esa cumbre Estados Unidos acerca una flotilla naval a costas de Venezuela con la intención de promover algún tipo de cambio de régimen en ese país. Apenas son los primeros pasos de acuerdos de incierta aplicabilidad.

Las acciones de Trump y Putin después de la cumbre pueden ser consideradas como indicios de los acuerdos tomados en Alaska. Putin y Trump equivocadamente presumieron la fuerza para repartir zonas del mundo. No entienden que no pueden repartir el botín de una guerra que no han ganado.

No entienden que el mundo no es suyo para ese reparto. Trump no puede actuar al margen de Ucrania y Europa, y Putin no tiene la fuerza militar y económica para imponerse a Ucrania en las actuales condiciones. Tampoco pueden actuar al margen de las leyes internacionales que rigen justamente para los conflictos de este carácter. Y ninguno de los dos líderes goza de la autoridad moral para repartir el mundo en función de sus intereses nacionales, exclusivamente.

Alaska no fue, y tampoco será, Yalta.

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