Un tratado comercial con los mexicanos

Gobierno debe crear y firmar tratado comercial con los mexicanos


Urge una moratoria de nuevos tratados y enfocarnos en un tratado comercial con los mexicanos.

A partir de finales de los años 80’s, con Salinas de Gortari de presidente, México abrió su economía y adoptó una política comercial basada en su entrada a la Organización Mundial de Comercio y la firma de tratados con tantos países como fuera posible. «Aquí firmamos tratados en serie», pudiera haber sido el eslogan si México fuera una empresa. El primero y más conocido fue el TLC o NAFTA, mismo que el año pasado cumplió 30 años de haber entrado en vigor. Sin embargo, estoy seguro de que muchos en México se sorprenderían si escucharan que hemos firmado tratados comerciales con 51 países, somos el ajonjolí de (casi) todos los moles en materia de tratados comerciales. Hay quienes aplauden sin saber y consideran que esa es la receta, que no hay de otra y debemos seguir abriendo nuestra economía a otros países sin hacer pausa y revisar a dónde nos ha llevado la apertura. Debemos evaluar si los tratados son una herramienta de política económica que incide en el crecimiento económico; preguntarnos si quienes implementan las políticas económicas y comerciales de México (hoy y por 30 años) se han detenido a ver qué tan bien nos han funcionado los tratados si nos comparamos con otros países exportadores exitosos. Nos dirán, sonrientes, que México pasó de exportar unos $52 mil millones de dólares en 1993 a más de $615 mil millones en 2024. Sí, las exportaciones han crecido sustancialmente, pero las importaciones han crecido aún más, pasando de $48 mil millones a $625 mil millones en el mismo lapso. Así, al paso de 3 décadas, volteamos hacia atrás y vemos que, con todo el esfuerzo de sectores enteros y con tanto tratado firmado, la balanza comercial no está impactando favorablemente en la fórmula que calcula el Producto Interno Bruto del país. Tenemos un déficit de poco menos de $1,000 millones cada mes y pareciera que el principal impacto que han tenido los tratados es el de ofrecer, al mejor postor, la mano de obra barata que por tantos años presumieron quienes llevaron las riendas de la economía nacional. Nos convirtieron, nos sentenciaron, a ser un país maquilador en el que no se puso atención al valor agregado, a la transferencia de tecnología, a impulsar más y mejor crecimiento.

Sí, los tratados permitieron una cosecha estable de puestos de trabajo que, si bien son el sustento de millones de familias, prácticamente condenaron a millones a vivir en niveles ligeramente por encima de la pobreza sin que haya existido una cosecha extraordinaria en materia de servicios públicos, infraestructura, educación, imperio de la ley y estado de derecho. Las mercancías que van y vienen a México se siguen transportando con infraestructura similar a la de hace 30 años; miles de millones de dólares en productos hechos por mexicanos que no han aumentado considerablemente sus expectativas de aspirar a salir de la pobreza o a consolidarse en una clase media que no crece; mexicanos que no han podido acceder a empleos bien pagados que no estén a una, dos o tres horas de distancia en un transporte público que tiene «calidad» similar a la de hace 30 años; quienes fabrican los $600 mil millones de dólares anuales en exportaciones siguen batallando con largas filas en el seguro social y en trámites del gobierno, mientras viven en ciudades que han crecido con desorden, y donde quienes debieran cumplir y hacer cumplir las leyes y reglamentos son percibidos, igual que hace tres décadas, como parte del problema del desorden y la corrupción. Los mexicanos sobre los que se construyeron los tratados con media centena de países cobran su semana o su quincena orgullosa y merecidamente pero también están condenados a vivir y sobrevivir un sistema que no promueve que él o ella emprenda, un sistema extractor, rebuscado, complicado, que inexplicablemente, al ver cómo está puesta la mesa, no parece ver con buenos ojos que alguien aspire a tener un negocio hecho y derecho, formal y con posibilidades razonables de sobrevivir y crecer. Pareciera que el sistema solo ve con buenos ojos que sean los de siempre, los grandotes, los cuates de moda, los que accedan a extraer la renta emprendedora. No se dan cuenta quienes diseñan y (mal) manejan el sistema que debiera ser en su mejor interés que existan más y mejores empresarios, de todos tamaños, en todos los sectores, así sean «amigos» del sistema o no. ¿Por qué pudiera creer alguien medianamente informado o que esté a cargo de políticas públicas, que es razonable tener a los mexicanos atrapados entre a) tratados y apertura comercial que no promueve una balanza comercial positiva que incida en crecimiento sostenido; b) un mercado doméstico que es controlado por concesionarios, oligopolistas y monopolistas, por entidades públicas amorfas y destinadas a perder dinero (como le gusta a la 4T); y c) por importaciones (algunas que no son contrabando) desde países con los que no tenemos cancha pareja para competir (como China)? Es urgente una moratoria de tratados comerciales hasta que no podamos poner atención a diseñar el tratado más importante de todos los tiempos: un tratado comercial con (y para) los mexicanos. Un tratado que no privilegie a productores extranjeros, que no sostenga la idea de que podemos salir del atorón a base de importaciones baratas, que reconozca que hay mucho que hacer en materia de competencia económica para que quien emprende no sea aplastado por un sistema que no está diseñado más que para aplastar a quien se atreve.

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