La Leona

La violencia en México es proyectada por la película La Leona

Por Vito Saint Germain

Los amplios párpados de Zoe Saldaña, al emparejar con sus cejas afiladas, tienen la virtud de amplificar la intensidad melancólica de sus personajes en pantalla. La actriz no mira. Alegra, entristece, enoja, interpela. Ganó todos los premios ganables del año pasado, Oscar incluido, por su rol secundario en la película Emilia Pérez. Pero nada mejor para apreciar esta cualidad de Zoe que una serie del streaming televisivo. El show de teve se llama Lioness, Leona o La leona. Narra las violentas intervenciones encubiertas de un comando de fuerzas especiales de élite, cuyas acciones están dirigidas por el personaje de Saldaña.

Guiados por la moral de la mirilla de sus rifles de asalto, los miembros del escuadrón son invisibles, intervienen sin respaldo oficial, no están subordinados a una rama del ejército norteamericano sino a “la agencia”, y su propósito es, elegantemente dicho, “neutralizar objetivos”.

Sin embargo, lo que realmente llama la atención no es solo la interpretación de la actriz, sino sobre todo la forma en que la serie retrata a México.

Creada por Taylor Sheridan, el mismo autor de la también afamada serie Yellowstone, Sheridan es reconocido por investigar y documentar a fondo sus producciones, por eso resalta que Lioness no solo sea un thriller de operaciones encubiertas. Es una declaración narrativa sobre quién tiene el derecho de rediseñar el desorden criminal en México. Es un ejercicio que el sociólogo alemán y figura del pensamiento político contemporáneo, Jürgen Habermas, llama comunicación estratégica. Habermas distingue entre acción comunicativa —donde los actores buscan entendimiento mutuo— y comunicación estratégica, donde el lenguaje se usa como herramienta para influir, manipular o controlar. Una forma de comunicar que no busca el acuerdo, ni le interesa.

En Lioness, no hay diálogo entre Estados, no hay diálogo con autoridades mexicanas, ni reconocimiento institucional, en ella se ve a México como espacio operativo de “la agencia”, no como aliado, de hecho, una zona de peligro estratégico para Estados Unidos. Más allá de fábula televisiva, el problema es que nos presenta una percepción que se tiene en muchos círculos republicanos y demócratas, dentro y fuera del Congreso, acerca de lo que pasa en nuestro país.

Observándola se entiende mejor el discurso de Charlie Kirk, el activista conservador cuyo condenable e insensato asesinato tuvo lugar en Utah. Kirk, fundador de Turning Point USA y voz del conservadurismo joven, sostenía que los migrantes mexicanos que extrañaban su país deberían “regresarse si lo aman tanto”. Equiparaba la migración con una invasión y su narrativa, aunque más explícita, compartía con Lioness una premisa: México es un país fallido, donde el crimen organizado tiene mayor libertad de gestión que el Estado, y donde Estados Unidos tiene derecho a intervenir —ya sea con armas, presión o a través del discurso a la ofensiva de la capa más alta de sus dirigentes políticos.

En la serie el personaje del Secretario de Estado norteamericano considera a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas (mucho antes que el propio gobierno estadounidense lo hiciera oficialmente), por sus vínculos con China, por el tráfico de personas y fentanilo y el saqueo de petróleo. Esto posiciona a México no como socio estratégico, sino como foco de riesgo geopolítico cuya frontera con la unión americana está abierta libremente al tráfico de seres humanos, en la que lo mismo transitan niños destinados a ser en juguetes sexuales de algún pedófilo, que terroristas iranies dispuestos a sacrificarse al activar sus chalecos cargados de granadas. México es “un maldito lugar sin ley” -así lo definen en algún momento-, donde pelear es una forma de enviar un mensaje a quien corresponda, mediante operaciones clandestinas no autorizadas tipo “blackout”.

“El enemigo está en la puerta y la dejamos abierta”, se narra, los carteles ganan 13 mil millones de dólares con el tráfico de personas, dinero que no tienen las familias guatemaltecas o mexicanas con hambre que migran a la frontera. Una operación que el gobierno mexicano permite, según esta historia, presionado por una potencia extranjera, China para el caso, que de hecho es el segundo importador de petróleo Maya que tiene nuestro país. Esta es la imagen que se presenta del México actual.

Sheridan convierte a nuestro país en un territorio vulnerado, donde el Estado-Gobierno es, sin rodeos, decoración, obstáculo o cómplice. En una sola escena, por demás brutal, el comando Lioness pelea y por supuesto derrota sin miramientos, dentro de territorio nacional, a fuerzas municipales, estatales, guardia nacional y ejército, todos juntos en una sola unidad.

Para ello usaron patrullas clonadas, que merecieron una protesta oficial del gobierno de Coahuila, porque de ahí las copiaron, emblemas similares a los de Guardia Nacional y Sedena, y una reflexión que lo resume todo: la acción se justifica porque las fuerzas mexicanas de seguridad son más bien aliados y protectores de la delincuencia. Una representación que no nos gusta, que podemos y queremos rechazar, de un México sin matices, como espacio disponible para la eficacia militar estadounidense como único salvamento.

¿Y el espectador? receptor pasivo, que no es invitado a reflexionar sobre soberanía o ética, sino a celebrar la victoria táctica de La Leona. Por cierto, Monterrey no se salva, aparece como escenografía a manera de un Dubái del Bienestar, lujosa sede de la alta dirección de un cartel.

No podemos conformarnos, simplona e infantilmente, con el slogan de que Lioness es parte de “una campaña del conservadurismo”. Hay que preguntarse cómo alimenta a este tipo de narrativas televisivas, y a la percepción – ¿imaginaria? – que se tiene en la unión americana del México de hoy, la información que surge a diario en torno al episodio del contrabando de combustible en puertos mexicanos por miles de millones de pesos, o la detención del ex secretario de seguridad de Tabasco acusado, hasta ahora, de delincuencia organizada y extorsión.

En ambos casos aparecen involucrados mandos de las fuerzas armadas, políticos, autoridades o miembros de primer nivel de la actual clase política gobernante como protagonistas. Quisiéramos que fueran parte de una ficción surrealista, pero no, son personajes reales.

No es bonito observar a un México sin voz, sin Estado y sin derecho de réplica, como se representa en la serie, donde la lógica de la comunicación estratégica no busca entendimiento, sino control. Pero estamos a contracorriente porque los hechos del caso hoy, hechos son.

Aparte del impacto visual y emocional que ofrece la serie, conviene detenerse a reflexionar sobre la narrativa que se despliega en Lioness, porque puede interpretarse -siendo muy “machos”- como una forma de semi colonización visual, donde la percepción foránea se impone sobre la imagen nacional y redefine los términos en los que se concibe la realidad mexicana.
Si el Estado mexicano es relegado a un mero decorado, a una figura secundaria y sin peso real en el desarrollo de la trama, la soberanía nacional se ve cuestionada desde varios frentes. No solo se erosiona su autoridad ante la delincuencia y la corrupción —problemas que continúan vigentes y que no han encontrado solución definitiva en los últimos ya casi siete años de gobierno “moralmente superior”—, sino que también se debilita la capacidad del país de controlar y definir su propia imagen y narrativa ante el mundo.
El problema no solo se encuentra en la realidad, sino también en los relatos que moldean la opinión pública y que, al ser consumidos masivamente, influyen en la visión y decisiones que otros aceptan para México y sus desafíos.

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