Asombro, Indignación y coraje: Las tres fuerzas que podrían poner fin a la 4T

Carlos Hernandez XG

“Aquellos que renuncian a la libertad esencial para comprar un poco de seguridad
temporal no merecen ni libertad ni seguridad.”
—Benjamín Franklin (Convención Constitucional 1787)


Más allá de la presión de Estados Unidos sobre la complicidad entre AMLO, su círculo familiar y los
liderazgos de Morena con el crimen organizado y los cárteles, lo que podría fracturar el proyecto de la
Cuarta Transformación, concebido y promovido por Andrés Manuel López Obrador, es un despertar
interno de la sociedad mexicana.


Ese despertar no es lineal ni uniforme: se despliega de forma fragmentada, pero se articula en tres fuerzas
convergentes —el asombro, la indignación y el coraje—. Cada una opera en planos distintos, con ritmos y
detonantes propios, pero juntas conforman un catalizador político, social y cultural con un potencial
profundamente disruptivo para el orden establecido.


Washington sigue enviando mensajes claros. Desde las audiencias por narcotráfico en Nueva York hasta
los informes de seguridad en Texas, la narrativa externa es simple: el Estado mexicano ha tolerado —y en
algunos casos facilitado— la expansión de los cárteles. El cálculo tradicional sería concluir que el fin de la
4T dependerá de la presión estadounidense. Pero lo que se observa, en la calle y en los datos, sugiere otra
historia. La fractura real no vendrá de fuera. Está naciendo dentro.


En ciudades grandes y pueblos pequeños, entre profesionales, estudiantes, víctimas y familias de votantes
de Morena, comienzan a alinearse tres fuerzas sociales que operan fuera de los partidos, lejos de los
liderazgos visibles y más allá de las élites: el asombro, la indignación y el coraje. No aparecen en encuestas,
no llenan plazas, no se organizan bajo una consigna. Pero crecen. Y cuando se encuentran, se convierten
en un fenómeno político que el régimen no anticipó y difícilmente podrá contener.

El asombro: cuando la narrativa se quiebra


El asombro es la primera grieta, y siempre comienza en privado. La persona que antes repetía los mantras
de la 4T ahora guarda silencio en la sobremesa; quien justificaba cada error oficial ahora mira los datos y
duda. No hay discursos, hay gestos.
El detonante es la incompatibilidad entre el relato y la realidad. Durante años, la narrativa presidencial
ofreció certezas: “abrazos, no balazos”; “por el bien de todos, primero los pobres”; “los programas sociales
acabarán con la violencia”. Pero 2024 cerró con 33,241 homicidios —la tasa más alta en una década—, y
la elección intermedia se convirtió en la más violenta registrada: 37 candidatos asesinados.

La sorpresa también llegó por vías institucionales. La reforma judicial de 2025, que somete la elección de
jueces y magistrados al voto popular, rompió con décadas de tradición constitucional. La medida,
presentada como democratización, encendió alarmas entre académicos, juristas y organismos
internacionales. Por primera vez en años, la idea de que el Estado de derecho estaba garantizado dejó de
ser asumida.


El asombro no es protesta ni rebelión. Es un despertar silencioso. El ciudadano deja de consumir
pasivamente la narrativa oficial y empieza a cuestionar su consistencia. La grieta es mental, pero es el
primer paso hacia lo irreversible.


La indignación: del desconcierto a la rabia moral


El asombro incomoda; la indignación quema. Llega cuando la gente descubre que no se trata solo de
errores de gobierno, sino de una traición de fondo: la promesa de justicia se incumple mientras se negocia
con quienes la niegan. Los detonantes son múltiples y visibles:

 Las víctimas invisibles. En 2024 se reportaron 13,106 nuevas desapariciones, sumándose a más de
100,000 personas ausentes. Las madres buscadoras, que excavan con sus propias manos, enfrentan
amenazas, falta de apoyo y descalificaciones públicas. Sus marchas cada 10 de mayo no son solo
protesta: son evidencia de un Estado ausente.


 La demolición de contrapesos. La reforma judicial no solo cambia reglas: reconfigura el sistema
entero. En paralelo, el Senado aprobó la militarización formal de la Guardia Nacional, contradictoria
con las promesas originales de López Obrador. La narrativa de “poder ciudadano” colisiona con la
realidad de un Ejecutivo concentrando autoridad.


 La violencia política permanente. Los asesinatos de candidatos no se detuvieron con el cierre de
urnas; también alcaldes y regidores electos han sido ejecutados en lo que va de 2025. La percepción
de vacío estatal es más tangible que nunca.


La indignación es distinta al descontento pasajero. Es rabia moralizada. Une a sectores desconectados:
familias de víctimas, abogados, empresarios, estudiantes. Conecta conversaciones que antes no se
tocaban: la desaparición de un joven en Sonora, el asesinato de un alcalde en Chiapas, el cierre de un
tribunal en Jalisco.


La indignación, a diferencia del asombro, no permanece íntima: empieza a volverse comunitaria. Surgen
colectivos digitales, redes de denuncia, foros vecinales. Y el régimen enfrenta algo que no controla: una
conversación lateral que crece fuera de sus canales oficiales.

El coraje: cuando el miedo cambia de bando


El coraje es el punto de inflexión. Es el momento en que la indignación deja de ser catarsis y se convierte
en determinación. Ocurre cuando la sociedad entiende que el precio de callar es mayor que el riesgo de
enfrentar al poder.


Pero en México, el coraje no solo nace del dolor acumulado; también se alimenta de las burlas del poder.
No es menor que, frente a masacres, desapariciones y territorios controlados por el crimen, la respuesta
presidencial sea un gesto de desdén.

Ahí está la frase de López Obrador tras la matanza de Salvatierra: “Ahí están sus masacres”, como si los
muertos fueran un inventario ajeno. O aquella advertencia disfrazada de chiste: “Lo mejor es que lo peor
que se va a poner”, una confesión involuntaria de que el desastre es inevitable y de que el gobierno lo
asume como parte de su estrategia.


La burla se institucionaliza. Claudia Sheinbaum lo confirma desde otro ángulo, envolviendo en sarcasmo
una política pública: mientras crece la percepción de inseguridad y el país acumula víctimas, anuncia con
solemnidad: “Ahora vamos a presentar ya pronto con María Luisa Albores el Café del Bienestar, para que
se sigan retorciendo”.


La frase, dirigida con desdén a los críticos, no solo convierte en provocación lo que debiera ser política
social, sino que revela la desconexión emocional entre el poder y el dolor colectivo. Como si un café
subsidiado pudiera servir de consuelo a las comunidades desplazadas, a las madres que buscan a sus hijos
o a las familias que entierran a sus muertos.

Estos gestos no son errores de comunicación: profanan el dolor colectivo, revelan una falta de empatía
radical y activan el quiebre emocional. Cuando la autoridad se mofa o responde con sarcasmo frente a la
tragedia —o ante cualquier crítica o disenso—, la sociedad deja de reconocer su legitimidad moral. Ahí se
enciende el coraje. Y ese coraje ya no es abstracto:


 Es la madre buscadora que enfrenta cámaras y funcionarios sin temer represalias.
 Es el trabajador judicial que marcha contra la reforma, aun sabiendo que perderá su empleo.
 Es el alcalde que, en medio de un territorio controlado por los cárteles, acepta el cargo sabiendo
que podría no terminar su mandato.


El coraje rompe el cálculo del miedo. Durante años, el régimen apostó a la intimidación, la saturación
propagandística y la polarización como herramientas de control. Pero cuando suficientes ciudadanos
deciden que no hay peor amenaza que seguir callando, la economía política del miedo deja de funcionar.

El círculo que se cierra


El asombro abre la grieta. La indignación la ensancha. El coraje atraviesa el muro. Separadas, estas fuerzas
son contenibles. Juntas, generan un punto de no retorno. Su convergencia produce cuatro efectos visibles:
 Colapso narrativo. La versión oficial ya no define la realidad. La propaganda pierde credibilidad ante
la evidencia cotidiana.
 Erosión de la base social. Los votantes leales empiezan a fracturarse; los apoyos “firmes” se vuelven
“condicionales”.
 Emergencia de nuevas voces. No surgen de partidos ni élites, sino de colectivos de víctimas,
periodistas independientes, estudiantes, profesionales y ciudadanos conscientes de lo que ocurre.
 Cambio en la economía del miedo. Cuando la sociedad empieza a desafiar al poder sin esperar
permiso, el control deja de ser control.


Este es el punto en el que el relato que se impuso desde arriba ya no logra contener lo que se está gestando
desde abajo.

Y así, el círculo planteado desde el inicio se completa: no será la presión de Washington, ni las denuncias
en el extranjero, ni las alertas diplomáticas lo que ponga fin al proyecto de la Cuarta Transformación. Lo
que puede desfondarlo —y quizá ya lo está haciendo— es la lenta pero imparable convergencia de estas
tres fuerzas invisibles, nacidas en el corazón mismo de la sociedad mexicana.

No es un movimiento organizado. No tiene líderes, manifiestos ni estructura. Precisamente por eso es más
difícil de detener: es orgánico, difuso, autoalimentado. Su fuerza no reside en una consigna, sino en la
acumulación de despertares individuales que empiezan a reconocerse unos a otros.


Cuando eso ocurre, cuando las palabras del poder ya no bastan, el control deja de ser control, y lo que
parecía estable comienza a desmoronarse desde dentro.


Epílogo


El relato oficial aún llena plazas, pero ya no llena conciencias. Las encuestas lo seguirán ocultando por un
tiempo. Las mañaneras insistirán en que todo es “normalidad democrática”. Pero lo que se observa, desde
el ángulo de un observador externo, es distinto: hay un cambio silencioso, profundo, casi imperceptible,
que no responde a Washington, ni a los partidos, ni a las élites opositoras.
El proyecto de la 4T calculó que podía administrar lealtades, comprar tiempo y negociar con todos los
actores relevantes. Lo que no anticipó es que el desafío no vendría de esos actores, sino de otra parte: de
una sociedad que primero se asombra, luego se indigna y finalmente pierde el miedo y se enoja. Cuando
esos vectores terminan de alinearse, lo que estaba bajo control deja de estarlo. Y en ese instante, sin
necesidad de líderes visibles ni rupturas abiertas, el poder ya no es poder.

Colofón


Hay momentos en la historia de un país en que la realidad exige algo más que indignarse en privado o
murmurar en silencio. Este es uno de esos momentos. Las tres fuerzas que laten en la sociedad —el
asombro, la indignación y el coraje— ya existen; ya no se pueden desactivar, y tampoco basta con
contemplarlas.


Es la hora de pensar con claridad, de entender qué está en juego más allá de los ciclos electorales y de los
discursos prefabricados. Es la hora de organizarse, de tejer redes, de conectar voces, de reconocerse en
un mismo lenguaje, aunque las causas y los caminos sean distintos.


Y es también la hora de empezar a actuar, cada uno donde le toca: en la comunidad, en la universidad, en
la empresa, en la calle, en la familia, en los espacios digitales donde se construyen las nuevas
conversaciones. Actuar no es gritar más fuerte: es hacer que el asombro se convierta en memoria, que la
indignación sea causa compartida y que el coraje encuentre dirección y propósito.


El poder ha apostado a dividir, dispersar y desgastar. Pero estas tres fuerzas solo necesitan reconocerse
entre sí para volverse un cauce abierto. No hay que pedir permiso, ni esperar liderazgo, ni buscar validación
externa. Lo que viene no se construirá con miedo. Se construirá con conciencia, organización y acción. Y
cuando eso ocurre, ningún relato, ninguna burla y ningún poder es suficiente para contener a una sociedad
que decide despertar sin temor.

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