Este 6 y 9 de agosto se cumplen ocho décadas desde que las bombas atómicas devastaron las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, marcando un punto de inflexión en la historia de la humanidad. Los ataques, realizados por Estados Unidos en el tramo final de la Segunda Guerra Mundial, dejaron más de 210,000 muertos y miles de sobrevivientes que sufrieron durante décadas los efectos físicos y emocionales de la radiación.
Las bombas, bautizadas como Little Boy (Hiroshima) y Fat Man (Nagasaki), detonaron con una potencia equivalente a 15,000 y 21,000 toneladas de TNT, respectivamente, generando temperaturas de hasta 7,000 °C en el epicentro. El impacto fue tan devastador que algunas personas quedaron literalmente desintegradas, mientras otras vivieron días de sufrimiento insoportable. Como relató el diario The New York Times, los sobrevivientes se lanzaban al río en un intento desesperado por aliviar sus quemaduras.
Efectos persistentes
Los efectos de la radiación provocaron casos de leucemia, cáncer, y síndrome de radiación aguda entre los llamados hibakusha, los supervivientes de las explosiones. Muchos de ellos enfrentaron discriminación social, dificultades para casarse y estigmatización que se extendió por generaciones.
Conmemoración y llamado a la paz
En Hiroshima y Nagasaki, este aniversario ha reunido a delegaciones de más de 120 países en actos de memoria, que incluyeron palabras de activistas pacifistas, exposiciones fotográficas y homenajes silenciosos ante las ruinas aún conservadas como testimonio.
“El hongo nuclear ya no es solo una nube blanca; es el símbolo de lo que nunca debe repetirse”, declaró Fumiyo Kono, artista local que convirtió el dolor en obras de manga que han recorrido el mundo.
A 80 años de los bombardeos, el mundo sigue reflexionando sobre el uso de armas nucleares, mientras Hiroshima y Nagasaki se han transformado en ciudades símbolo de la paz, el perdón y la memoria colectiva.