Con una estrategia coordinada desde el poder y mientras afirman que no censuran a nadie, el oficialismo ha emprendido una ofensiva sistemática para acallar las voces críticas, disciplinar a los medios y construir una hegemonía autoritaria bajo el disfraz de un discurso democrático.
La #LeyEspía que promueve hoy Morena en la Cámara de Diputados permite a las autoridades acceder a la ubicación de cualquier ciudadano en tiempo real, sin orden judicial. No se trata de combatir el crimen, sino de convertir los teléfonos en dispositivos de vigilancia estatal contra opositores y periodistas.
En Puebla, la llamada «ley mordaza» criminaliza el periodismo bajo el pretexto de evitar la «desinformación». Se trata de censura previa, cárcel por opinar y una amenaza directa a quienes usan su voz para fiscalizar al poder. En Campeche, la represión ha llegado al extremo: se han cerrado medios, se han impuesto multas millonarias a periodistas, se les ha inhabilitado para ejercer su profesión y se les ha violentado físicamente, todo por criticar al gobierno estatal de Morena.
El caso de Héctor de Mauleón es aún más revelador: un periodista reconocido, perseguido por denunciar corrupción oficial. Amenazas de muerte, vigilancia y difamación han sido la respuesta del Estado. No hay protección, solo castigo.
La censura se extiende también al plano digital. Morena ya intentó una ley que permitiera bloquear redes sociales desde el gobierno federal. Aunque el intento no prosperó, la intención quedó clara: cerrar el último espacio libre de crítica.
A esto se suma una narrativa oficialista que convierte a cualquier disidente en «enemigo del pueblo». Desde la mañanera hasta las redes sociales, el gobierno lanza linchamientos mediáticos, promueve el odio y busca eliminar el disenso. Claudia Sheinbaum, hoy presidenta, ha optado por ser jefa de partido antes que jefa de Estado, atacando directamente a opositores por lo que publican en redes.
No es una exageración ni una comparación ligera: el modelo es Venezuela, Nicaragua y Cuba. Leyes de odio, cierre de medios, control total del discurso. Morena sigue ese manual paso a paso.
El asfixiamiento financiero a medios críticos completa la estrategia: se retira publicidad oficial, se lanzan auditorías y se presiona políticamente. No hace falta prohibir: basta con arruinar.
La censura de Morena no es un accidente. Es parte del proyecto: un proyecto que desprecia la crítica, que aborrece la libertad y que sueña con un país uniforme, callado y obediente. Si aún queda ciudadanía, si aún queda dignidad política, es tiempo de decirlo con todas sus letras: en México se está instalando un régimen autoritario. Y lo hace, desde ahora, persiguiendo la palabra.
La libertad de expresión en México enfrenta su etapa más crítica en décadas, y el responsable directo es Morena.